Por alguna
razón, he evitado hablar de mi vida personal en mi blog. Pero hoy me siento
libre de hacerlo, así que les voy a contar un poquito. Una de las cosas más personales que puedo contarles, es mi relación con mi hermana. Claro, uno de los
sentimientos más lindos que podemos tener, es el amor a nuestros hermanos. En
mi caso, mis padres me premiaron con la mejor hermana de todas: Loretito.
Antes de
que yo naciera, mis padres esperaban un niñito. Mi madre esperaba ponerme Osmán
Evaldo, nombre de mi padre y abuelo materno. Doy gracias a Dios por haber
nacido niña. En cambio, mi padre quería ponerme Mario, nombre de su hermano
menor. Mi mamá se opuso rotundamente y se argumento diciendo que los padres le
ponen a sus hijos su nombre, por lo tanto, a mi tío le corresponde tener un
hijo que se llame Mario, mientras que a él, un hijo Osmán. Bueno, mi madre no
tiene hermanos, así que no entiende a mi papá, no entiende el amor y esa unión
que uno tiene con los hermanos. Pero la discusión se acabó cuando nací niña.
Años
después, mi tío tuvo su primogénito, un niño, la prueba viviente de que mi mamá
se equivoca. Claro, este niño no se llama Mario, se llama Osmán. Mi tío le
regaló a su hermano el privilegio de que su primer hijo llevara su nombre.
Me gusta
mucho esta historia de mi papá y su hermano. Fueron muy apegados de niños y
jóvenes. Y ahora, que ambos tienen sus familias, sus casas, sus vidas, ese amor
no se enfría.
Mi hermana
ha sido uno de los mejores regalos que me han dado. Aunque cuando niña peleábamos
todo el tiempo, también era mi compañera de juegos y mi cómplice en las maldades.
Ya más jóvenes, mi hermana era mi yo en una versión mejorada. Salimos a muchas
partes juntas, nos guardamos secretos que llevaremos a la tumba y nos
protegimos una a la otra.
Supongo que
decirle lo que siento no es suficiente, las palabras no se acomodan a lo que
quiero expresarle. Quizás, la única manera de decirle lo mucho que la quiero es
poniéndole su nombre a una de mis hijas.