Con el paso
del tiempo, todos llegamos a consumir café, no guste o no nos guste. Al
principio sólo de monos, quizás si había visitas en casa, uno se aprovechaba
para decir que ya teníamos permiso de tomar café y lo hacíamos enfrente del
resto. Pensábamos que eso sorprendería a los tíos, pero la burla de un cuarto
de cucharadita de café, no era capaz de sorprender a nadie, salvo a nosotros
mismos y a los hermanos más chicos.
Poco a
poco, comienza la adicción a la cafeína. Primero un café en la mañana, con la
intención de despertar, cosa absurda, porque lo que a uno realmente lo
despierta es la alarma o la ducha… Luego un café a media mañana para entrar en
calor. Un café después de almuerzo para limpiar el estomago. Y quizás un café
durante la jornada de la tarde, nuevamente para despertar o despejarnos un
poco. En general, siempre hay una excusa, algo en nuestro cuerpo y mente nos
dice que no es bueno tomar tanto café, pero como uno se justifica, se lo toma
igual.
Con el paso
de los años, ya vamos poniéndonos más exquisitos y descartamos algunas marcas,
porque no da mucho color, porque el olor es a quemado y no a café, porque es
muy suave, porque es muy barato, porque tiene marca de supermercado, etc. Y si
vamos de visita a algún lugar y nos ofrecen de estos café, rápidamente nos
vamos por el té. Y si la opción del té no existe, entonces nos esforzamos por
echarnos nosotros mismos el agua, así dejamos la taza a medias o simplemente
cerramos los ojos y la nariz con cada bocarada.
Pero la
triste realidad, es que con el paso del tiempo, los cafés malos nos rompen el
estomago, empieza la acidez, termino que escuchaba de mi madre pero no podía
entender hasta que cambie de marca de café. Claro, cuando uno se cambia al café
de grano, y se toma unos minutos para preparar café en cafetera, se acostumbra
a la casa pasada a café y a tomar café de verdad, con cafeína de verdad y a la
temperatura adecuada. Entonces, volver al café en polvo es toda una agonía,
razón suficiente para escoger el té.
Otra cosa
que mi madre decía es: “Si tomó café en la noche, después no puedo dormir”.
¡Qué cosa más extraña! ¿Qué relación podría haber? Porque cuando uno se
acostumbra a la cafeína no importa si es noche o día, si uno tiene que dormir,
simplemente duerme. Pero, llegan los días que nunca pensamos que llegaríamos,
donde 6 años de casados significan luna de miel, donde una persona de 15 años
es sólo un niño y donde las metas a corto plazo, para otros son a largo plazo.
Sí, llegan esos días en que se me cae el carnet en una conversación de
cantantes y actores. Llegan esos días en que el té ya no es la segunda opción.
Llegan esos días en que el café me da acidez y no me deja dormir de noche.