Ayer conversaba con un grupo de amigos sobre los problemas. Y veíamos como nuestras
actitudes van cambiando según el estado del problema.
Por ejemplo, cuando comienza el problema, la actitud que adoptamos es como la de un
gatito enfermo. Ves que tu gatito está enfermo, no quiere comer, no quiere
tomar agua, le lloran sus ojitos y no te queda otra que llevarlo al
veterinario. Entonces te dice: “Su gatito tiene gripe, algo muy común en los
gatitos. Ellos nacen con estos bichos y ante un cambio de circunstancias, ellos
se deprimen y se enferman. Mi sugerencia es: ‘Déle estas gotitas cada 8hrs y
procure tenerlo en un lugar calentito ¡No deje que se enfríe!’”. Luego, uno se
echa un poco la culpa y piensa en el fin de semana largo en que salí y dejé al
gato solo, quizás por eso se resfrío. Así que uno anda cuidando amorosamente a
su gatito, le da las gotitas, que costaron un ojo de la cara, y lo deja
cerquita de la estufa. Entonces uno se descuida un poco, porque obvio, la vida
de uno no gira en torno al gato, y el muy vaca ya no está al lado del fuego,
ahora está debajo de la escalera, el lugar más oscuro y helado de toda la casa.
Entonces el día sí gira en torno al gato. Cualquier descuido y el gato,
literalmente, se echa a morir. No tiene esperanza. Está triste y quiere estar
solo… Esa es exactamente la misma actitud que uno tiene en el principio del
problema. “¿Por qué a mi? ¿Por qué justo ahora? ¡Estoy tan sola! ¡Nadie me
entiende! ¡Prefiero morir!”
Bueno, en cierto modo, es cierto
que uno esta solo, uno se reprime de contar, de pedir auxilio. Y quizás
pensemos que pedir ayuda es sinónimo de molestar. Así que, nos enfrascamos,
buscamos el lugar más oscuro de la casa y esperamos la muerte.
Como la muerte no llega, entonces
nos tomamos una dosis de positivismo, que no sabemos ni de dónde salió. ¡Nos
ponemos de pie! Aquí nos parecemos a los perritos enfermos. ¿Han visto un
perrito enfermo? Por ejemplo, si le duele la guatita, anda comiendo pasto y
hojitas de árboles para sentirse mejor. Si tiene una herida porque lo
atropellaron o se peleó por ahí, entonces limpia su herida y busca no apoyarse
en ella para que vaya sanando. Y si el atropello lo deja cojo, entonces deja de
usar su patita un rato, la estira, hace ejercicios y si sigue doliendo, la deja
de usar un rato más y de lo más bien se las arregla con las otras tres patitas
buenas. No se hace ningún problema, le echa para adelante.
Claro, cuando estamos en esta
segunda etapa es cuando buscamos posibles soluciones y si no las vemos, le
echamos para adelante igual no más.
Si el problema, en nuestras manos,
no tiene solución, entonces pasamos a la tercera etapa: Pedir ayuda.
En esta tercera etapa, nos
parecemos un poco a un elefante bebé en problemas. Sus gritos de SOS alertan a
sus padres y al resto del grupo. El elefantito no quiere estar solo y el resto
ve su problema como algo tan pequeño que ayudarlo es solo un trámite.
Desde nuestro punto de vista,
generalmente nuestros problemas son más grandes, pero cuado pedimos ayuda se
hacen más pequeñitos. Desaparecen o simplemente son más fáciles de llevar.
Finalmente, lo que nos está pasando ahora, seguro a alguien ya le pasó o le
está pasando. Obvio, los problemas no son tan innovadores como uno cree.
Mi conclusión es que, al principio
es normal sentirse solo, aun rodeados de gente que nos quiere. Lo importante es
no dejarse morir, mirar a los lados, pedir ayuda a los a pares y volver a
confiar. No estamos solos. Siempre hay alguien dispuesto a escuchar y ayudar.
¿Y yo? ¿Estoy dispuesta a escuchar?
¿Lo sabe mi gente?