Cuando
pienso en fotos familiares, pienso en esas fotos de padres e hijos rubios,
todos felices, promocionando un nuevo condominio. Como asegurándote que
viviendo en ese lugar, tendrás hermosos hijos que disfrutarán jugar en esa
placita. Claro, los que se van a vivir ahí, no son rubios, al menos no en este
país. Tampoco sus hijos llegan con la cara llena de risa a casa. Y la famosa
plaza se lo pasa desocupada o con una par de parejas de pololos de 13 años.
En mi
familia no tenemos muchas fotos. Mi hermana y yo tenemos miles, mis padres
tienen miles, pero los cuatro juntos, tenemos muy pocas. Claro, cuando nosotras
éramos niñas no andábamos con un fotógrafo que quiera estampar nuestros
momentos…
En mis
tiempos, uf, eso sonó como abuelita. Bueno, cuando yo era niña, las fotos eran
como en colores sepia y las desarrollaban en un papel fotográfico con esquinas
redondas. Y la moda de esos años, no era muy bonita, de hecho parece que éramos
todos feos. Si veo una foto puedo recordar lo que hacia antes de tomármela, donde
estaba e incluso algunos detalles. Como en la película “Efecto Mariposa”. Esos
recuerdos se quedaron para siempre ahí, en esa pequeña foto de bordes redondos.
Distinto es
ahora. Soy una fanática de las fotos, no así de los videos. Escuchar mi voz me
da escalofríos, es igual a la de mi hermana. ¿Pero las fotos? Las amo. Claro
que no ando sacándome fotos por la vida, pero por lo menos todas las semanas.
Aun así, ahora las veo y no tengo idea de donde estaba. Como tengo tantas, no
siempre puedo recordar qué estaba haciendo.
Algo
parecido deben sentir los papitos que les sacan fotos a sus hijos cada 5
minutos. Imposible que se acuerden de todos esos “momentos”. Y que patético
será cuando esos niños vean miles de fotos y solo tengan que escoger unas 3
para su licenciatura y unas 10 para su matrimonio. Al final, la niñez se puede
resumir en eso, unas 10 fotos…
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