miércoles, 1 de julio de 2015

Fútbol de niñas

Ahora que estamos con la Copa América, a las niñas no nos ha quedado otra que ponernos al día con el fútbol. Aunque jamás hemos jugado un partido real, y muy pocas veces hemos jugado a la pelota sólo por pasarlo bien, hemos tenido que ponernos al tanto. Claro, para nosotras no existen las faltas si las hacemos nosotras, y tirar el pelo no podría ser una conducta inapropiada. Dudo que nos andemos tocando nuestras partes o metiendo los dedos donde no corresponda. Pero puedo imaginar peleas de 22 mujeres y muero de la risa.

Hay cosas obvias que sabemos, por su puesto, hemos tenido papás que nos han enseñado y parte de la cultura general es saber que se juega en una cancha de pasto, parecido a un parque pero con bordes delimitados con una línea blanca. Además se juega con los pies, salvo el arquero que puede tomar la pelota dentro de su área. Después de un gol, que se grita exageradamente si es de “nuestro” equipo. El equipo perdedor debe volver a comenzar desde la mitad de la cancha. Además el balón es de cuero, del porte de un melón tuno y tiene símbolos o colores que la FIFA ha decidido para dicho campeonato.

Probablemente, muchas mujeres concuerden conmigo, pero ¿cuándo sacan con las manos o cuando sacan con el pie, en la esquina del arco contrincante? ¿Cuál de los dos se llama “tiro de esquina”?

La “posición de adelanto” es algo que me llama la atención. Pobre arbitro asistente, nombre que acabo de googlear, que tiene que estar pendiente de la posición del equipo contrario y ver si están por delante de los defensas antes de chutear la pelota. ¡Milisegundos hacen la diferencia!

Ayer vi el partido de Chile contra Perú sólo con mujeres. Bueno, creo que fue todo un desastre. El resultado no, claro, Chile ganó a duras penas. El desastre fue verlo con las niñas. Todas decían cosas sacadas de partidos anteriores como “Sánchez no ha hecho nada”, “Falta poner a Pinilla”, “Saquen a Aránguiz”. Frases que eran una vil copia de comentarios que habían hecho mis amigos el partido anterior con Uruguay. Claro, ahora que las escuchaba de minas, me parecían muy tontas. Y no es que sea machista, es que me doy cuenta que no eran propias, porque después iban acompañadas de comentarios como: “¿Quién es Miko?”, “¿Viste uno que tenía barba? Se parecía a Bin Laden”, “¿Viste las tremendas piernas de los peruanos? Así cualquiera corre”, “Cuando sean viejos y se vean los tatuajes ¿Qué pensaran?”, “¿Y esos peinados?”. Aunque la más emblemática fue: “¿Quién es el pelao’ ese, con parca azul e insignia de Chile?”. ¡No! ¡No puede ser! Hasta yo me daba cuenta que eran preguntas tontas.

Pero creo que lo más patético era cuando Chile tomaba la pelota, y cruzaba la media cancha. Todas nos parábamos y casi casi gritábamos gol. Y si les quitaban la pelota, entonces reclamábamos “falta”. Ahora, cuando era Perú quien cruzaba la media cancha, todas eran posibles derrotas para nosotras, y con los dedos en la boca, y las piernas saltando, suplicábamos que no hicieran jugada de gol. Esperábamos que la defensa cuidara el área chica a toda costa. Y si el arbitro piteaba, entonces reclamábamos: “¡Pero si ni lo tocó!”.

Parecía que todas habíamos aprendido algunas frases célebres, porque después que la decía una, otra la repetía y de vez en cuando el relator del partido también las decía.

El mejor jugador del partido, claramente, fue Vargas. Quien nos saco más de una risa. Primero cuando cabecea una pelota que ya estaba en manos del arquero. Y luego, con el primer gol, que sin fuerzas, propio de cualquiera de nosotras, entro al arco y con risas nerviosas gritamos “goooooool”. Pero, su sobresaliente segundo gol, que marcaba la victoria, nos hizo volver a sentirnos chilenas.

Lamentablemente, se cortó la transmisión unos minutos antes de que terminara el partido. Traición de Internet. Así que nos quedamos con esa sensación extraña un buen rato. Y en la repetición de goles, ya estábamos todas aburridas y apenas podíamos entender las noticias relacionadas al triunfo. Entonces, tomamos el auto, nos dirigíamos a nuestras casas con un poco de adrenalina, pero no la suficiente como para sacar las manos y saludar al resto de los autos. Claro, solo éramos niñas pensando en el frío que da abrir la ventana.

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