martes, 7 de julio de 2015

“Cuida lo ajeno como si fuera tuyo”

Este dicho si que lo encuentro ridículo. Claro, debe haber gente que cuide sus cosas, pero yo creo que uno no nace con la tendencia de cuidar sus cosas. Desde niños, nuestra responsabilidad ha sido romper las plantas de la mamá, quebrar los vasos, botar a la hermana chica, rayar los juguetes, darse vuelta carnero en el sillón, jugar a la pelota dentro de la casa, etc. Después, con los años, uno va aprendiendo que la mamá se enoja cuando uno hace eso, y trata de evitarlo, echarle la culpa al hermano o simplemente negar, negar y negar.

Cualquiera que me conozca un poco sabe que mi tendencia no es a cuidar mis cosas, parece que tengo la suerte de no romperlas. Pero si estoy triste mi teléfono se cae y no tengo problemas de usar mi iPad como individual, quizás solo para espantar al resto. Así que si me prestan algo, no me digan que la cuide como si fuera mío, quizás lo rompa, lo pierda, lo raye o lo inutilice.

Hay personas a las que les prestaría mi casa, confió en que no la quemarán ni la inundarán, pero son las menos.

Prestar cosas es algo delicado. Están esas cosas que uno ya dio por perdido, por ejemplo, mi bandeja de desayuno en la cama. La presté una vez y ya siento que no es mía.

Están esas cosas que a uno le han prestado y que espera que el dueño se olvide. Así que le informo a la que me prestó un hacha, que la dé por perdida. O sea, si se la devuelvo, me muero de frío. Y en el verano jamás me acordaré.

También están esas cosas sagradas, que prestamos y que en la retina tenemos la cara del responsable de que algo malo le ocurra. Como mi juego de póker. Sé donde está y cada vez que lo veo, encima del mueble frente a la ventana, pienso que ya es hora de que vuelva a casa. Aunque sé que está en buenas manos, algo por dentro me dice que no puede quedar mucho más tiempo ahí.

Y por su puesto, también tengo en mis manos de esas cosas sagradas de otros, como el Xbox de mi hermana. Como ella me conoce muy bien, no me dijo tontamente que lo cuidara como si fuera mío, ni como si fuera suyo. Me dijo: “Cuídalo como hueso santo”. Obvio, si yo tuviera un hueso santo, quizás lo vendería al museo, pero dejando de ser literal y para que no se echara para atrás, le dije que entendí muy bien su idea.

Y por último, están esos prestamos de plata, claro, estos siempre parecen ser más importante. Y como bien dice un proverbio “el que toma prestado es siervo del hombre que hace el préstamo.” Yo creo que eso se da más que nada en los préstamos de plata. Y si no puedes devolver luego, entonces te nace ese temor al otro, a mirarle la cara, a que te vea comerte un completo o simplemente que te vea reír. Parece que te mirara y dijera: “¿Cómo se puede reír si me debe plata?” “Parece que ya le pagaron, porque anda gastando su plata por ahí, comiendo”. Siempre es mejor esconderse, rogar a tener lo pactado y devolver lo antes posible.

Prestar o no prestar ¿Será esa la cuestión?

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